Wednesday, 2 November 2011

La hispanidad que nos une (acerca del 12 de octubre)

El 12 de octubre se conmemora el encuentro entre España y América. El tema es apasionante, sobre todo para quienes estamos lejos de nuestros lugares de origen, recordamos nuestra cultura con nostalgia, y nos preguntamos con preocupación cómo vamos a transmitir esa herencia rica e intangible a nuestros hijos. 

En las líneas que siguen, analizaré, primeramente, algunos de los términos que utilizamos para hablar de nuestro mundo de habla hispana. En segundo lugar, repasaré los inicios de mi México y algunas interpretaciones de su historia. Intentaré después dar un breve esbozo cultural del México de hoy y, por último, propondré una visión de futuro para el país y para el mundo cultural del que forma parte. 

1. Reflexiones preliminares 

Hablar del contacto entre “dos mundos” significa desentrañar el encuentro entre España y un buen número de pueblos situados en América a fines del siglo XV. El término “Latinoamérica”, en estricto rigor, abarca Quebec, Brasil y otras partes de la América de lenguas “latinas”, es decir derivadas del latín. Para referirnos al encuentro de los españoles con los americanos prehispánicos, es más preciso el vocablo “Hispanoamérica”.[1]

Durante esta presentación me referiré a la estructura cultural que España e Hispanoamérica tienen en común, con el término de “hispanidad”. Hispanidad entendida no como un proyecto político; sino como plataforma que nos permite, por una parte, expresar el tesoro de nuestra diversidad y, por otra, comunicarla y compartirla con los demás. Una hispanidad dialogal y humilde, escrita con minúsculas, cuyo signo y vehículo es el lenguaje hispano,[2] hoy propiedad de todos, a ambos lados del Atlántico. 

2. Génesis cultural mexicana y sus interpretaciones 

En mi opinión resulta reductivista entender el contacto de los dos mundos como un encuentro entre “ellos” (los españoles en abstracto) y “nosotros” (los no españoles en absoluto), pues nuestras raíces se hunden en las dos fuentes. Hasta los más acaloradas discusiones sobre la bondad o maldad de La Conquista se hacen español. Con frecuencia los protagonistas se apellidan “González” más que “Xocoyotzin” (aunque en México es posible encontrar combinaciones como “Axayácatl Sánchez”). La gran mayoría de los héroes mexicanos de Independencia eran criollos (hijos de españoles). El Grito de Dolores invoca a la Virgen de Guadalupe, lanza vivas al rey español Fernando VII (desbancado durante la ocupación napoleónica francesa), y se articula en categorías del Occidente al que nos introdujo España desde su Siglo de Oro. 

Un análisis reflexivo de las características de ese “contacto” nos invita también a la cautela al juzgar el evento que conmemoramos cada 12 de octubre. Tan fuera de lugar están las visiones que ven en la llegada de España a América un acontecimiento civilizador de hordas ignorantes y salvajes, como aquellas que tragan como un dogma de fe la Leyenda Negra y pintan a los españoles como demonios desalmados, sedientos de oro y sangre, y destructores de pueblos pacíficos en virtud de su superioridad tecnológica.[3]

Ni una ni otra versión hacen justicia a los hechos. Los aztecas[4]--que se llamaban a sí mismos mexicas--habían formado un imperio a base de guerras sistemáticas[5] o la amenaza de ellas. Sometiendo a los pueblos circunvecinos, les imponían pesados tributos que incluían pagos no sólo de productos agrícolas, sino de a veces miles personas para ser sacrificadas a los dioses.[6] Cuando Cortés, un hombre con agudo olfato político, se dio cuenta de la situación, aprovechó el descontento de esos pueblos[7] y los alió contra el opresor común; no se entiende de otra manera cómo haya podido tomar México-Tenochtitlan con sólo 518 soldados. 

Las colonias británicas distinguían muy bien entre el colono inglés y el indígena al que se eliminaba o recluía en reservaciones. Al español puede acusarse de otras cosas, pero nunca de no haberse mezclado con los indígenas para formar pueblos nuevos. En la Nueva España los “indios” se volvieron súbditos de Isabel La Católica,[8] no esclavos ni simplemente “aborígenes”. La Nueva España fue durante trescientos años un Virreinato, no una colonia, y todavía al momento de su independencia era una de las naciones más ricas de la Tierra.[9]

México conserva gran número de sus lenguas prehispánicas: 65 de ellas se reconocen como lenguas nacionales.[10] La más importante es el náhuatl, hablado por los mexicas, por la Virgen de Guadalupe en sus diálogos con Juan Diego,[11] y aún hoy por más de 4 millones de mexicanos. Gracias a la labor de gente como Fray Junípero Sierra, Fray Bernardino de Sahagún, Fray Toribio de Benavente, el obispo Vasco de Quiroga[12], y tantos otros misioneros católicos españoles que aprendieron y codificaron la escritura de esos idiomas, hoy los conservamos y a través de ellos podemos apreciar la literatura, filosofía, e historia de esos pueblos.[13]

En fin, las interpretaciones del pasado en términos de “buenos y malos” (como como en las películas de Hollywood) raramente resultan objetivas. En la historia de cada pueblo, como en la de cada persona, hay pasajes luminosos y pasajes obscuros. Es mucho más acertado reconocer ambas fuentes, meterlas en diálogo intercultural e interpretarlas según el pluralismo cultural y analógico del que habla el filósofo mexicano Mauricio Beuchot.[14] Ambas fuentes--la precolombina y la española--son riquísimas. ¿Por qué no tomar las dos, destilarlas y quedarnos con lo mejor de ellas? Así se fabrica el buen tequila. 

3. El México complejo de hoy (y de siempre) 

Del encuentro entre los españoles y los pueblos precolombinos aprendemos quiénes somos. El mexicano de hoy es una mezcla de tonalidades de “café con leche” que hace imposible disectarlo en sus componentes. Rosario Castellanos, Octavio Paz, José Vasconcelos y Cantinflas son mexicanos, lo mismo que Diego Rivera, Luis Miguel, Mario Molina, Alfonso García Robles, Sor Juana Inés de la Cruz y Ximena Navarrete. Los que en el siglo XVI eran dos mundos, forman uno solo en el siglo XXI. Por los senderos y las calles de México no deambulan hoy ni tehotihuacanos ni tlaxcaltecas, ni andaluces ni extremeños: caminan mexicanos, unos más parecidos a los mayas y otros a los gallegos, pero al fin y al cabo todos mexicanos. México, como tantos otros pueblos hermanos, es un país mestizo. 

Las raíces precolombinas y las peninsulares forman parte ya de nuestra atmósfera cultural común. El colorido indígena en toda América, sin mencionar el de las regiones de África, Asia y Oceanía donde se habla nuestro idioma, nos enriquece; la hispanidad nos une. Cuantas veces uno visita cualquier rincón de nuestra América hispana, San Salvador, Bogotá, Guatemala, Santiago de Chile, o por supuesto a España misma, de inmediato se siente en casa. Uruguayos, argentinos, chilenos, colombianos, peruanos, salvadoreños, cubanos y españoles pueden todos platicar, bromear y cantar juntos. Nuestro mundo mestizo cuenta con científicos, cantantes, escritores, poetas y futbolistas; y con un acervo literario, culinario, artístico y natural únicos. 

4. Identidad, diferencia e interculturalidad 

Ahora bien, ¿qué decir de nuestros grupos autóctonos? “Autóctono” significa “originario del país donde se vive”. En ese sentido todos somos autóctonos en nuestros países. La tarea más urgente, al menos en México, es que a través de la educación y la igualdad de oportunidades la clase media siga creciendo e impacte cada vez más en la vida política y económica del país. Según estudios recientes, los niveles de desigualdad en Latinoamérica son peores incluso que los de África. Quienes han nacido en México y quienes viven allí, todos (independientemente de su grado de mestizaje, de “café con leche”) tienen el derecho y el deber de construir juntos el futuro. Un futuro que sin olvidar y valorar el pasado, aproveche al máximo la pertenencia a una comunidad tan vasta y rica culturalmente.[15]

Yo prefiero ver nuestra historia, aquello que ha pasado; nuestro presente, la hispanidad que somos hoy; y sobre todo el futuro; como parte de nuestra riqueza común. Los vocablos de origen nahuatl: chocolate (de xococ y atl, “agua agria”), aguacate (de ahuácatl, testículo), “tomate” (de tomatl, “fruta que se infla”), guajolote (de huey y xolotl, o “monstruo grande”), y cuate (de cóatl, mellizo o serpiente), ¿no forman parte ya de nuestro común idioma? ¿No será que nuestra hispanidad, más que borrar la memoria de totonacas, mayas, mixtecos, zapotecas, mexicas u otomíes, nos ayuda a apreciarlos y conservarlos?[16]

El 12 de octubre es un día de reflexión seria sobre el pasado, de reconciliación y de valoración de la diversidad cultural. También pudiera ser, les propongo yo, una fiesta de aquello que los hispanoamericanos somos juntos hoy gracias a nuestro común idioma. Así veo la hispanidad: como un vehículo de comunicación para compartir nuestras diversidades regionales, una herramienta para conservar nuestra memoria colectiva, una llave a las puertas del Viejo y del Nuevo Mundo, una herencia que compartir con nuestros hijos. Así entendida es, en medio de nuestros incontables problemas y retos, de nuestros conflictos y luchas, de nuestros reveses y esperanzas, una hispanidad que nos une. 

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[1]Antes de la llegada de España, Hispanoamérica no existía. Había pueblos nómadas o sedentarios con diversos grados de civilización (que por cierto en Mesoamérica alcanzaron su ápice cultural hacia el siglo IX medio milenio antes de la llegada de los españoles). Se ha dicho que alrededor del siglo X los vikingos descubrieron América, llegando desde Islandia y Groenlandia, hasta la costa este de Canadá. Pero no se establecieron allí. El común denominador que hace a grupos previamente inconexos en América una entidad cultural mayor--“Hispanoamérica”--es precisamente la interacción y la mezcla racial y cultural entre españoles y los habitantes de esos pueblos. 

[2] Ya sea que se le llame “español”, “castellano” u otro nombre. 

[3] Nótese que no niego los excesos que cometieron los españoles--excesos, por lo demás, relatados por españoles mismos-- y a los que se ha dado mucho mayor atención. Tampoco las prácticas de los aztecas y otros pueblos prehispánicos pueden evaluarse anacrónicamente, con nuestras categorías de hoy. Simplemente quisiera sugerir una visión equilibrada en el análisis de ambas partes. 

[4] Es decir, “venidos de Aztlán”. 

[5] Que se adjetivaban “floridas”. 

[6] En 1487 el Emperador Ahuitzotl, en la dedicación del gran teocalli (casa de Dios) o templo mayor en Tenochtitlan, se sacrificaron a Huitzilopochtli más de 20,000 personas. Schlarman, Joseph HL, México, Tierra de Volcanes, Porrúa, 2004, p. 21. 

[7] Por ejemplo los tlaxcaltecas. 

[8] Y después de Carlos I de España, el Emperador Carlos V. 

[9] Tenía territorio equivalente a la de la actual Australia, extendiéndose desde el sur de Estados Unidos hasta Costa Rica, desde el Caribe hasta las Filipinas. En todos esos lugares aún hoy se percibe, cuando no una boyante cultura hispana (como en Hispanoamérica), sí huellas innegables de ese pasado (como en las Filipinas, nombradas en honor de Felipe II y cuyos colonizadores partieron de Acapulco. 

[10] Cf. Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas: http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/257.pdf, consultada el 29 de octubre de 2011. 

[11] Recogidas en el Nican Mopohua (“Aquí se relata...”). 

[12] A quien los indios llamaban afectuosamente “Tata Vasco”. 

[13] Véanse por ejemplo las ediciones de poseía y filosofía náhuatl a cargo del antropólogo e historiador mexicano Miguel León Portilla. 

[14] Cf. Beuchot, Mauricio (2005) Interculturalidad y derechos humanos. Siglo XXI, pp. 57-67. 

[15] La hispanidad posee un grado de convergencia lingüística a través de las academias en diversos países, que sería la envidia de otras comunidades de habla. 

[16] Estos son ejemplos del caso mexicano, seguramente con parangón en el caso de otros países hispanoamericanos.

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